En una carta dirigida a Félix Tshisekedi, presidente de la República Democrática del Congo, en conmemoración del 60 aniversario de la independencia de la ex colonia belga, el rey Felipe de Bélgica pidió disculpas al pueblo congoleño.
El monarca expresó sus «más profundos remordimientos» por el «sufrimiento y la humillación» causados bajo el dominio belga en el país centroafricano. Felipe II se convierte en el primer monarca belga en reconocer las atrocidades cometidas durante el reinado de Leopoldo II, de quien es descendiente directo, pero no lo nombra en ningún párrafo de la carta.
«Me gustaría expresar mis más profundos remordimientos por estas lesiones del pasado, cuyo dolor ahora es revivido por la discriminación aún demasiado presente en nuestras sociedades», escribió el Rey Felipe. Y destacó que continuará luchando contra toda forma de racismo.
Las declaraciones del rey y «la reflexión iniciada» por el parlamento belga «para que nuestra memoria se pacifique definitivamente», parece venir asociada al movimiento antirracista «Black Lives Matters» y la vandalización de las estatuas del ex monarca Leopoldo II, más que por un real remordimiento por el pasado belga en el Congo.
110 años transcurrieron desde el fallecimiento de Leopoldo II, el monarca Belga que disfrazado de filántropo y humanitario, esclavizó a la población del Congo, reduciendo si población a la mitad.

Leopoldo no heredó o conquistó el Congo, le bastó con convencer a la comunidad internacional de que si le daban su soberanía protegería a sus habitantes de las redes de traficantes de esclavos árabes. En febrero de 1885, catorce naciones reunidas en Berlín, y encabezadas por Gran Bretaña, Francia, Alemania y los Estados Unidos, le regalaron a Leopoldo II el Congo a través de la Asociación Africana Internacional, que él presidía. Un territorio 20 veces el tamaño de Bélgica, donde se comprometió a «abolir la esclavitud y cristianizara a los salvajes» a cambio de su cesión. Fue así como ese rico y gran territorio africano pasó a ser propiedad personal del monarca.
Pero la historia fue diferente. Durante su reinado se disparó la demanda internacional de goma, que se extraía de los árboles del caucho, muy numerosos en el Congo. La recolección de esta materia requería de una gran cantidad de mano de obra y las condiciones de extracción eran muy duras para estos empleados. Para solventar el asunto, el monarca belga diseñó un sistema de concesiones que condenó a la esclavitud a la totalidad de los congoleños.
Enviados del rey se ocuparon de convencer a los jefes indígenas congoleños de firmar, sin saberlo, tratados en los que cedían la propiedad de la tierra a la Asociación Africana Internacional. En los contratos, los caudillos se comprometían trabajar en obras públicas de la Asociación creyendo que iban servir para modernizar la región y expulsar a los esclavistas. Pero resultaron esclavos de quienes iban a liberarlos.
Leopoldo no tuvo que realizar ningún disparo para conquistar el Congo, y tampoco debió enfrentarse a resistencia cuando estableció su sistema esclavista, dado que el Congo se extendía por un terreno gigantesco en el que cada tribu vivía de forma aislada.

Las violaciones a los derechos humanos fueron numerosas: desde latigazos, y agresiones sexuales, al robo de sus poblados. Las mutilaciones de manos y pies dejaron a tribus enteras mancas y cojas, cuando no eran directamente exterminadas aldeas enteras. Leopoldo II llegó a sugerir que se implementaran equipos de niños para que apoyaran el trabajo, de tal modo que miles de menores fueron arrancados de sus familias.
Cuando pastores bautistas norteamericanos lanzaron la primera voz de alarma, la misma propaganda belga que había elevado a Leopoldo II a benefactor de la humanidad llevó las acusaciones ante los tribunales por calumnias. En 1889, en un gran ejercicio de hipocresía, el rey belga hizo de anfitrión de la Conferencia Antiesclavista.
Poco antes de su muerte y ante la presión internacional, Leopoldo legó a Bélgica la propiedad del Congo y se estableció una colonia que recibió los problemas estructurales causados por tanto maltrato y muerte.
Aunque se desconoce el número exacto de fallecidos, se estima que entre cinco y diez millones de africanos murieron a causa de enfermedades y abusos durante el sangriento dominio colonial de Bélgica.






