sábado, 27 julio, 2024

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La naturaleza nos tenía preparada una forma de dormir que no estamos respetando. ¿La culpa?, la modernidad.

En las naciones desarrolladas el sueño es monofásico: se duerme una sola vez, de noche y con una duración promedio de siete horas. Por lo general la «medianoche», que debería corresponderse con la mitad del sueño, marca el momento en el cual nos vamos a dormir. En culturas en donde la electricidad no ha llegado, el patrón es bifásico: un sueño prolongado nocturno, de unas siete y ocho horas, y por la tarde una siesta de no más de una hora.

El sueño bifásico no tiene un origen cultural, es biológico. Todos los humanos, independientemente de su cultura o de su ubicación geográfica, sufren a media tarde un declive genéticamente codificado de su estado de alerta.

Un grupo de investigación de la Escuela de Salud Pública de Harvard investigó las consecuencias para la salud de este cambio enla forma de domir. El grupo de estudio fue de 23.000 griegos entre hombres y mujeres de 20 a 80 años, y se prolongó por seis años, druante los cuales muchos de los estudiados dejaron de dormir siesta. Ninguno de los pacientes tenía antecedentes de enfermedad coronaria o accidente cerebrovascular al comienzo del estudio. Sin embargo, en ese período de seis años, aquellos que abandonaron la siesta habitual vieron incrementado el riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular en un 37% en comparación con aquellos que mantuvieron las siestas regulares durante el día.

El estudio es claro: cuando abandonamos la práctica genética del sueño bifásico, la vida se hace más corta. Por ende: ¡A dormir siesta que la vida es una sola!